Como todos los jueves colocó las luces intermitentes y detuvo el auto a veinte metros después del inicio de la cuadra, justo frente a la antigua casona de ladrillos a la vista estilo normando. Ella le dio un beso apresurado y se preparó a bajar.
No sabía bien el porqué, pero nunca bajaba inmediatamente. Daba la impresión que a último momento se le desbocaban los pensamientos y que los cuarenta minutos insumidos en viaje habían sido apenas un suspiro insuficiente.
Entrenado por lo repetido del asunto, él simplemente dominó su cansancio con mínimas dosis de hastío poniendo su mente en un estado de alerta latente, manteniéndose atento a cualquier cambio que requiriera de su plena atención o significara algún tipo de emergencia.
Por supuesto sabía de qué se trataba todo eso y recurrió a su usual dosis de paciencia.
Había comenzado el día como todo jueves, lleno de expectativas, nuevas ideas lascivas y juegos a probar entre dos. Lo reiterado de la práctica le había enseñado que una semana era el tiempo apropiado para sumar deseos, lubricar la mente y calentar las hormonas hasta el punto en que su mente ahora relajada le permitiera afrontar todo esto: la consecuencia no deseada.
Notó un cambio en la tonalidad y octava en la que se desarrollaba el discurso de su acompañante y prestó un poco más de atención.
No. Nada importante. Algo sobre el hijo y la escuela. Lo usual. Ella le contaba todos sus problemas, pero como cualquier mujer normal, no pretendía escuchar una genial sugerencia de solución de su parte.
Como cualquier alienista que se precie, retornó a su cara de hombre atento dispuesto a prestar sus oídos a toda mujer en desgracia, pero sin descuidar los filtros que le avisaran de cualquier posible amenaza que debiera ser atendida de urgencia.
Ella entreabrió la puerta del acompañante en una promesa de pronto desenlace final, pero así como la había abierto, la volvió a cerrar.
-¿No te parece ?- le dijo ocupando ese minúsculo lapso de atención que le había generado.
Él sabía que estaba escuchando el final de una frase sumamente importante y que corría el riesgo de perder su credibilidad con una respuesta inapropiada a tan extensa explicación.
-Siempre tomaste la mejor decisión en todo ¿no?- respondió a la espera de un resultado favorable o al menos de algún otro dato que lo encaminara hacia la respuesta correcta.
-Tenés razón. No sé por qué me preocupo tanto. Menos mal que vos me contenés. Sos mi cable a tierra... Sos un amor...- dijo ella sin percatarse de la neutralidad del comentario.
Él trató de apresurar el trámite con una sonrisa.
-¿ No te están esperando ?
-No -respondió ella consultando su reloj pulsera- recién son las siete y el tren llega siete y diez. Todavía tengo tiempo... no te preocupes... tengo cuidado. No puedo llegar antes que el tren - sonrió retribuyéndole.
Y él se puso nuevamente en estado de espera.
Claro que entendía que era parte del trato. Él recibía todo el sexo que ya no le daban y ella la atención que ya no tenía en casa.
Con todas había sido exactamente lo mismo, pero con un trasfondo diferente.
Unas necesitaban un psiquiatra que escuchara lo malo que era el exmarido, otras que no eran comprendidas, las de más allá simplemente sentirse deseadas o, lo más usual, alejarse de los niños y la casa para sentir que la vida todavía les tenía un poco de lujuria reservada.
Él buscaba exactamente lo mismo, pero sin tanta charla y con una mayor proporción de sexo desenfrenado.
Lo que no soportaba era que luego de tantos valles y mesetas, su deseo decayera tanto que esa mujer que estaba a su lado y no se quería bajar, pasara de ser una divertida compañera de juegos a una molestia tan difícil de soportar.
Ella abrió una vez más la puerta y miró los alrededores para confirmar que no había conocidos a la vista.
Ante ese promisorio movimiento él retomó la audición sólo para escuchar un -Vos sabrás lo que vas a hacer- de tono perentorio, y aunque decidió que era necesario preguntar a qué se refería, ya era tarde. Evidentemente, el monólogo había tomado un curso muy diferente del que recordaba.
La puerta se cerró bruscamente y ella comenzó a caminar hacia la próxima esquina.
Él arrancó el auto, quitó las intermitentes y avanzó hasta ponérsele a la par. No quiso bajar el vidrio y preguntarle a qué se refería. Eso pondría al descubierto su juego, su falta de compromiso o ausencia de auténtica preocupación. Simplemente la saludó con un movimiento de mano que el polarizado de la ventanilla impidió se viera desde afuera.
Él aceleró con rumbo hacia su casa, decidido a que mañana la llamaría por teléfono.
Ella dobló en la esquina. Tan sólo le quedaban dos cuadras más para comenzar a preparar la comida.
Y siete días hasta el próximo jueves.
OPin 2015
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