Si alguien me preguntara cuales son los libros que fueron marcando mi personalidad seguramente nombraría primero a Fahrenheit 451, El hombre ilustrado, El país de octubre, La divina comedia, El amor en los tiempos del cólera y sin lugar a dudas Justine. En este último caso sorprende que un filósofo y escritor del siglo XIX denostado por la sociedad simplemente por pensar libremente venga en mi auxilio a despertar las neuronas que en la actualidad son usualmente activadas por cualquier película pochoclera para adultos.
Claro que no solo leí Justine, pero esa es la obra más conocida por su intención de revulsionar a la sociedad de la época con la justificación del vicio y la denostación de la virtud, como por entoces se la conocía.
Mucho agua ha pasado bajo el puente y Donatien Alphonse François de Sade, conocido por su título de marqués de Sade continúa siendo un excelente escritor, con ideas actuales e interesantes, pero que merced a sus detractores ha donado su nombre para etiquetar una patología que no sufría.
Muchas películas lo han representado como un loco de atar y perverso, cuando en la realidad era muy cuerdo, querido por su familia y ha tenido parejas estables que nunca dejaron de amarlo.
Él mismo dijo:
Para escribir historia es necesario que no exista ninguna pasión, ninguna preferencia, ningún resentimiento, lo que es imposible evitar cuando a uno le afecta el acontecimiento. Creemos simplemente poder asegurar que para describir bien este acontecimiento o al menos para relatarlo justamente, es preciso estar algo lejos de él, es decir, a la distancia suficiente para estar a salvo de todas las mentiras con las que pueden rodearle la esperanza o el terror.Marqués de Sade, Historia secreta de Isabel de Baviera, reina de Francia
Un pensamiento que en la actualidad rige para cualquier historiador moderno.
Lamentablemente todos mis libros del Marqués han desaparecido. En cada oportunidad en que hablaba sobre él y su obra, lo primero que la gente me pedía era que les prestara un ejemplar. Generalmente mujeres. Primas, tías, amigas, cada una se llevó una copia de su obra y nunca, pero nunca, escucheme bien, me han devuelto un solo ejemplar, aún cuando aseguran haberlo disfrutado mucho. Supe con el tiempo que en el secreto mundo femenino, donde por entonces era poco pudoroso comprar ese tipo de literatura, mis ejemplares pasaban de mano en mano femenina.
Internet ha vencido esas barreras y en la época donde vulgares y mal escritas obras como 50 sombras de Grey se hacen famosas y taquilleras, un libro del filósofo Marqués puede otorgar un poco de cultura y pensamiento divergente para deleite de las masas.
Leer al Marquez es un deleite. Sus novelas tienen argumento atrapante y análisis profundos que nos hacen razonar y cuestionar permanentemente.
Claro que en aquella época separar al autor de la obra no era algo normal. Se suponía que si uno escribía una ficción, ella representaba su pensar. La idea de la fantasía estaba circunscripta a cuentos que no pusieran en duda a la religión ni a las castas políticas. Hoy uno sabe que lo que lee no es presisamente lo que hace o piensa el escritor, pero ante el ateísmo y erotismo galopante del Marqués, era lógico que una sociedad católica puritana lo encarcelara casi la mitad de su vida, simplemente por pensar diferente y decirlo.
Así, fue encarcelado bajo el Antiguo Régimen, la Asamblea Revolucionaria, el Consulado y el Primer Imperio francés, pasando veintisiete años de su vida encerrado en diferentes fortalezas y «asilos para locos». También figuró en las listas de condenados a la guillotina.
En 1803 escribió, refiriéndose a su largo encierro:
En 1803 escribió, refiriéndose a su largo encierro:
Los entreactos de mi vida han sido demasiado largos.
Protagonizó varios incidentes que se convirtieron en grandes escándalos. En vida, y después de muerto, le han perseguido numerosas leyendas. Incluso sus obras estuvieron incluidas en el Index librorum prohibitorum (Índice de libros prohibidos) de la Iglesia católica.
A su muerte era conocido como el autor de la «infame» novela Justine, por lo que pasó los últimos años de su vida encerrado en el manicomio de Charenton (con su bioblioteca personal, su amada Constance y un grupo teatral que él mismo había armado). La novela Justine fue prohibida, pero circuló clandestinamente durante todo el siglo XIX y mitad del siglo XX, influyendo en algunos novelistas y poetas, como Flaubert, que en privado lo llamaba «el gran Sade», Dostoyevsky, Swinburne, Rimbaud o Apollinaire, quien rescata su obra del «infierno» de la Biblioteca Nacional de Francia, y que llegó a decir que el marqués de Sade fue «el espíritu más libre que jamás ha existido».
André Breton y los surrealistas lo proclamaron «Divino Marqués» en referencia al «Divino Aretino», primer autor erótico de los tiempos modernos (siglo XVI). Aún hoy su obra despierta los mayores elogios y las mayores repulsas. Georges Bataille, entre otros, calificó su obra como «apología del crimen».
Su nombre ha pasado a la historia convertido en sustantivo. Desde 1834, la palabra «sadismo» aparece en el diccionario en varios idiomas para describir la propia excitación producida al cometer actos de crueldad sobre otra persona, pero yo les aseguro que no es un honor merecido.
Sade era nada más ni nada menos que un grandioso escritor nacido mucho antes de su época y por lo tanto incomprendido.
Taluego.
Fuente Wikipedia.
Fuente Wikipedia.
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