La inevitable caida del Muro de Berlín.

Estar en Alemania mientras caía el Muro de Berlín parece ser una anécdota digna de recordar, sin embargo si usted me pregunta qué era lo que se sentía en aquella época, sólo le puedo decir que se había instalado una controversia muy grande entre los habitantes de ese dividido país.

Por un lado existía un grupo que rescataba la obligación moral y constitucional de reunificar las dos Alemanias. Esto era así porque se había tomado la precaución de establecer constitucionalmente la obligatoriedad de volver a ser una sola república. Claro que esto era sólo válido para el lado occidental, lado que justamente también contaba con grupos mayoritarios que no querían pagar los platos rotos con sus impuestos.

Así de fácil. En un país donde un viejito puede hacer un escándalo en el supermercado si le cobran diez centavos de más, querían obligar al mismo viejito a que aceptara una suba de impuestos para traer al siglo XX al sector oriental o comunista de la fórmula nacional.

Sin embargo el cambio era inevitable y más que una conquista occidental se trató de una retirada del comunismo. 

El 9 de noviembre de ese año de 1989 finalmente el muro de Berlín cayó tras 28 años de lamentable presencia. Cada bloque de cemento, era el símbolo más elocuente de la división del mundo en dos bloques y miles de obstáculos insalvables entre las dos Alemanias, que al fin se convirtieron esa noche en un área de encuentro feliz entre el este y el oeste. A las 23.14 horas, ante una avalancha de personas, se abrieron las barreras en Berlín. Y yo ni siquiera lo miré por televisión. Es que el resto de Alemania lo vivió a través de los diarios y sin tanta fiesta popular. Fue más que nada una fiesta de berlineses.


Eso no quita que miles de ciudadanos de la RDA pasaran al oeste esa misma noche, donde fueron recibidos por los berlineses del otro lado con bebidas y mucha alegría. En los puestos de control se desarrollaron escenas muy emocionantes. Personas que no se conocían se abrazaban llorando. Después de una noche de celebración, el alcalde de Berlín, Walter Momper (SPD), declaró en un discurso: «Ayer por la noche el pueblo alemán fue el más feliz del mundo», pero hablaba de Berlín.

Lo que parecía un hecho aislado, no era tal. El derribo del muro coincidió asimismo con la desaparición del Telón de Acero. Hungría, en 1988, que fue el primer país comunista en desmantelar las instalaciones de seguridad en sus fronteras y en emprender reformas radicales. La política aperturista de Gorbachov en Rusia había posibilitado en marzo de ese año, las primeras elecciones al Congreso de los Diputados del Pueblo desde hacía 70 años, ganadas mayormente por la mayoría de políticos reformistas frente a los candidatos más ortodoxos del Partido Comunista.


En el verano de ese mismo año, en el centro de una crisis, Polonia se transformó en una democracia modelo occidental. El Comité civil Solidaridad, brazo político del sindicato de Lech Walesa, ganó las elecciones por mayoría y el candidato Tadeusz Mazowiecki se convirtió en el primer jefe de Gobierno no comunista en un país del Este de Europa.

El final de año y de la década trajo también el fin del comunismo a Checoslovaquia y Rumanía. La llamada 'Revolución de terciopelo' de Praga con una protesta masiva continuada por el pueblo checo forzó la caída del Gobierno. El defensor de los derechos civiles Václav Havel, encarcelado a principios de ese mismo año, fue elegido presidente. En Rumanía, a diferencia de lo ocurrido en el resto de países del Pacto de Varsovia, la revolución fue acompañada de un baño de sangre, con la ejecución del dictador rumano Nicolae Ceaucescu, y su esposa Elena el 25 de diciembre. Con la revolución rumana, que duró sólo una semana, desapareció el último régimen estalinista en Europa del Este.

 
Tal vez sea que Pink Floyd o Roger Waters hayan logrado conmemorar más de una vez este evento de manera espectacularmente comercial con una obra conceptual que nada tiene que ver con el tema más que con la mención de un muro. O que la existencia de un elemento físico tangible haya hecho que la fiesta de Berlín sea más recordada que las otras conquistas de sus vecinos de Europa Oriental.
Como sea, el muro se ha hecho tan famoso durante estos años que hasta en Buenos Aires contamos con varios trozos del mismo. En las sombras de la calle Chacabuco 271 de Buenos Aires, custodiados por  las angostas calles porteñas, descansan los fragmentos más grandes del famoso muro que se encuentran fuera de Alemania. Allí, en la editorial Perfil, y también en otros lugares de Capital Federal como en los jardines del Palacio San Martín, sede de Ceremonial de la Cancillería argentina, y en la intersección de las calles Arenales y Basavilbaso, en el barrio de Retiro, podemos encontrar estos símbolos de la caída de un régimen que sólo subsiste en pequeños Estados aislados.

Yo sólo puedo decir que esa noche de 1989 me fui a dormir temprano y que a la mañana siguiente nadie habló del tema en el trabajo.


Algo duro de tragar considerando que lo que más duele son las familias separadas durante tantos años, los cientos de muertos en intentos de escape (un estudio del año 2009 calcula que entre 136 y 245 perdieron la vida tratando de alcanzar la libertad.) y el daño moral infringido a una población que lejos de ser la más querible del mundo, no merecía que se le hiciera tanto daño.

Taluego.

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