En algún momento de la historia la limosna se convirtió en una obligación de aquellos que trabajan. Ya no se trata de un mero acto voluntario y de buena fe, ahora es una obligación que puede generar más de un conflicto. Es que aunque usted haya pagado todos los impuestos necesarios para solventar los planes de asistencia social que el gobierno de turno se apropia y publicita como si lo pagara desde el propio bolsillo de los políticos, deberá pagar además un peaje social para circular libremente y se lo cobrarán casi a la fuerza en cada esquina.
Para mí esta percepción comenzó un mediodía de verano en Florida y Corrientes, cuando dos pibes de no más de ocho años, descalzos y sucios a más no poder, enfrentaron a todos los peatones a punto de iniciar el cruce, pidiendo la consabida monedita que mitigara las culpas por su lastimosa condición.
Uno y tan sólo uno de las decenas de peatones les dio una moneda de 50 centavos, que para la época, era más que suficiente. El pibe la miró y así como la había recibido en la palma de su mano, giró la misma y la dejó caer al piso para luego patearla y comenzar una lista de improperios hacia quién había osado insultarlo con tan baja cifra.
Desde aquella época y viendo que mis actividades me llevaban a pasar mucho rato en la calle, tomé la decisión de sólo darle limosna a ancianos y discapacitados. Los niños quedaron fuera porque los padres generalmente los usan y supervisan desde las sombras, para luego robarles el dinero con la finalidad de solventar vicios como el de la bebida como mínimo. Los jóvenes y adultos sanos... por eso mismo: están sanos y son adultos. Para ellos existen decenas de planes de ayuda que no deberían requerir de una colaboración adicional de quienes en un principio los están bancando.
Pero estos jóvenes y adultos son aquellos que piensan que la limosna es una obligación y cuando no la consiguen se ponen belicosos esgrimiendo argumentos , que curiosamente, recurren a los derechos humanos, la izquierda etc. en oposición al milico traidor de derecha que no ha querido darle una mísera moneda a una víctima de la sociedad. O sea, a él.
Argumentos como ser bipolar, pobre, bombero voluntario sin documentos, HIV, tener muchos hijos y de última la amenaza física o con arma blanca, se han vuelto parte del paisaje urbano que ya se encontraba polucionado por los trapitos y los limpiavidrios, una variante que pretende estar ofreciendo un servicio (no requerido) a cambio de un aporte "voluntario" .
Tal vez lo que más me molesta es que aún siendo un aportante sin tacha, la ley y la injusticia argentina parece darles la razón a estos lumpen que nos atacan en cada esquina con el verso de la equidad social. Como si uno fuera responsable del curso que ha tomado su vida.
Mire, cuando yo era pibe pedir limosna era casi un pecado. Un recurso final al que uno jamás quería llegar. Mi propio viejo me decía que antes de pedir limosna se pegaba un tiro. Así la sociedad fue degradando sus valores y en la medida que fuimos perdiendo la cultura del trabajo, hemos presenciado como jóvenes estudiantes de colegios de renombre y privados, pedían dinero a los transeúntes sin que se les cayera la cara de vergüenza. Cuando los padres se enteraban tronaba el escarmiento, hasta que poco a poco las costumbres se fueron relajando, las escusas perfeccionando y el trivial pedido de los niños ricos obedecía a que se habían olvidado la billetera en casa. Con la SUBE ya ni eso les funciona.
Conste que no estoy hablando de los pibes que cursan en la Universidad del Circo ( gracioso no? pero existe) que hacen sus malabarismos en los semáforos para colectar a la gorra. No, estoy hablando de gente que tiene planes, entradas y salidas de centros penitenciarios y que aún así considera que yo, un simple ciudadano que no delinque y aporta, estoy obligado a darle dinero simplemente porque un gobierno corrupto los ha puesto bajo su ala.
No gracias. Yo paso.
Taluego.
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