La mañana del primero de enero agarrás la ruta con la familia y el perro acomodados a la buena de Dios. Te levantaste a las cuatro de la madrugada para ir preparando el auto, descongelar la heladera, dejarle agua a las plantas para que sobrevivan una quincena, cortaste el gas, el agua y pagaste tus cuentas. El vecino es uno de los que saben de tu salida junto al diariero y el cartero que no tienen que dejarte nada frente a la puerta porque no vas a estar y no hay que avivar a los amigos de lo ajeno.
Como decía, en un alarde de inteligencia sin parangón tomás la ruta a la mañana temprano con cuidado de no encontrarte con algún borracho de la noche anterior, pero rezando porque la ruta esté despejada todo el trayecto para hacer el mejor promedio. Después de todo el alquiler de la casa está corriendo desde las cero horas de ese primer día y a 1000 mangos la jornada, o 15.000 la quincena, no estás de humor para desperdiciar un segundo de tu presupuesto.
Para tu sorpresa no sos el único que tiene ese problema y apenas subís a la autopista te encontrás conque el tráfico es equivalente al de un viernes a 17:30. No es paso de hombre, pero si a alguien se le tuerce un tobillo no llegás hasta mañana.
Disfrutás de los primeros peajes observando que la ruta sigue estando mal demarcada y llena de profundos baches, aunque lo hayan aumentado más de tres veces desde la última vez.
Apenas te alejás un poco de la ciudad se va despejando el tránsito y apretás un poco el acelerador. Un flash te avisa que ese cartelito desvencijado que había a un lado de la ruta que decía " Velocidad controlada por radar" no era una pieza de museo y que en menos de dos meses te va a llegar una fotomulta por unos 1000 pesos de pago voluntario. Medio amargado comenzás a prestar más atención y aflojás el pie derecho mientras el pichicho emite un gas que te obliga a apagar el aire y abrir todas las ventanillas.
Ya a medio camino, las cuatro horas que te llevó el desafío merecen un descanso y parás en el lugar que hace años venís utilizando de posta en el camino. Pedís un desayuno de café con leche con mediaslunas y tu mujer comienza a comprar cajas de scons, alfajores, conitos de dulce de leche y brownies para los chicos. La joda te termina saliendo cerca de 400 pesos. Cargás nafta y se te van otros 600. Que bueno que saliste a disfrutar.
Retomada la ruta y siendo ya mediodía, el tráfico afloja con toda la gente parando a almorzar.
Venís haciendo buen promedio hasta que frente tuyo un abuelo que parece de la zona te pone su camioneta adelante y baja la velocidad a 60. Lo aguantás un cachito pero como estás haciendo buen tiempo y la ruta está solitaria, lo pasás y subís a 80 justo cuando otro flash te ilumina la cara y rebota en la sonrisa ganadora del viejito. Otros 1000 pesos por lo bajo.
Más bien que mal llegás a destino, encontrás todo en orden (no todo te va a salir mal, no?) y te acomodás en una casita a diez cuadras de la playa.
Bajás todo del auto, tu mujer hace las camas y los chicos rompen las bolas con el perro investigando todo el lugar.
Salís a hacer las compras para llenar la heladera porque lo que trajiste no alcanza para nada. Lástima que es primero de año y en la costa a la hora de la siesta no te abre ni Magoya.
Conseguis un super recién a las 18 y te cobran como si se tratara de productos importados de Europa. Se te van cerca de 1500 para poner algo en el frezzer.
La familia quiere ir a la playa, así que luego de comer un sanguchito por allí (300 pesos más) rumbeas para la costa. Averiguas por una carpa y te avisan que sale 500 por día y que el día para ellos va de las 8 hasta las 20. Eso sí, podés usar las instalaciones de baños y duchas y pagar adicional todo lo que consumas.
Pegás una vuelta y verificás con el agua hasta los tobillos que está super fría, sabiendo que si estuviese caliente tendrías aguas vivas hasta la coronilla.
Convengamos que, aunque no lo admitas, Argentina tiene las peores playas de todo el Atlantico.
Convengamos que, aunque no lo admitas, Argentina tiene las peores playas de todo el Atlantico.
El agua agitada y el viento cortante te hace olvidar un ratito de que mañana los sanguches de milanesa tendrán pan rallado y arena, que tenés que untarte litros de protección solar para no parecer un camarón ampollado y que al final del día vas a ser algo así como 90 kilos de milanesa a la Hawaian Tropic.
Te sentás un ratito a mirar el mar y ves que estás rodeado de familias con niños revoltosos y perros haciendo juego, que no paran de ladrar (ambos) levantar arena y amenazar con chocarte en cualquier momento.
Claro que al día siguiente, luego de dormir mal en colchón y almohada ajeno, juntás a la familia, las reposeras, la heladerita y al perro y te vas en tu auto muy pancho hacia la playa. Los trapitos te piden 50 mangos para cuidarte el auto so pena de que te aparezca rayado y finalmente estacionas a cinco cuadras. Te las caminás con todo a cuestas mientras los pibes no te hacen caso. Acampás fuera de la línea de carpas y apenas plantás la sombrilla comienzan a sumarse adherentes. El viento la dobla y vos luchas por mantenerla en su sitio mientras tu mujer compra churros para el mate al doble que en la panadería. A la vieja de la carpa de al lado se le escapa una teta y casi te deja ciego, mientras la gorda de setenta muestra una celulitis que te marea por su profundidad. Al mediodía te comés unas milanesas al estilo enarenado y te das un chapuzón para que los chicos disfruten. Después de recuperar el calor y gracias a un sol radiante que ya se oculta, largas el tejo, la pelota paleta o el fulbito y volvés a cargar los bártulos cinco cuadras hasta el auto que te llevará a casa, contento de corroborar todo lo que puede soportar tu estado atlético.
Salís de compras a otro super que finalmente te cobra más y al regresar tu mujer te invita a cenar los mariscos que nunca te gustaron a uno de los lugares donde estacionar resulta más que imposible aún pagando. Caminás diez cuadras desde donde dejaste el auto bajo la protección de algún trapito y al llegar ves que tenés que hacer una cola de veinte metros para que te den una mesa en un lugar que por cabeza tenés que pagar un mínimo de 250 pesos. Te querés ir pero tu mujer te hace pucheros y te dice que te relajes, que estás de vacaciones y tenés que disfrutar.
Total apenas te quedan trece días para volver a sufrir tu miserable vida en tu insana ciudad.
Taluego.
Muy exacta la descripción de la ida de vacaciones. Conozco esos días aunque no han sido muchas veces. Cuando lo hice disfruté de adolescentes en plena explosión de todo tipo. Actualmente he decidido no ir más a la playa en plena temporada. Si pudiera me alquilaría una quinta con pileta y el que quiera venir que se haga cargo de compras y barrefondo, de césped y toallas y toallones.
ResponderEliminarDisfruto mucho de mi casita de todo el año, en verano también. Gracias a la vida. En marzo tal vez vaya a Mardel... en el tren.
Muy linda mi casita de todo el año en verano. Gracias a la vida. En marzo iré a Mardel. O en abril.... veremos
Tiene toda la razón Marga y como supondrá yo no soy el del cuento. Soy enemigo de la playa argentina por ser un mar muy bravo y con playas sobrepobladas siempre.
EliminarLos últimos años hice lo de la quinta y más recientemente veranitos en poblaciones con amplias arboledas cerca del mar, al que casi nunca visito durante mi estadía.
Sin embargo recuerdo vacaciones como las del cuento, que daban más trabajo que todo el año en la ciudad.
Un cariño grande para usted.