El bosque de la guitarra

En la zona de General Levalle, al sur de Córdoba, en Argentina, los pilotos observan con incredulidad que allí, en la monótona llanura, hay una arboleda de cipreses y eucaliptos con la forma de una gigantesca guitarra de aproximadamente un kilómetro de largo.

La arboleda es obra de Pedro Martín Ureta, un productor agropecuario de la zona. La obra paisajística es un homenaje a su difunta esposa, Graciela Yraizoz, quien murió en 1977 a los 25 años víctima de una ruptura de aneurisma cerebral, un debilitamiento en la pared de un vaso sanguíneo que terminó por explotar. Llevaba en el vientre a quien hubiera sido el quinto hijo de la pareja..

Ureta, de una familia estanciera con hondas raíces en la zona, fue un bohemio en su juventud. Viajó a Europa y se codeó con artistas y revolucionarios. Tras volver al país a finales de los años 60, a los 28 años, fue cautivado por Yraizoz, quien apenas tenía 17 .

"Ella era muy emprendedora, vivía haciendo cosas", dice Soledad, uno de los cuatro hijos del matrimonio. "Ella ayudó a guiar a mi papá.".

Un día durante un vuelo sobre la llanura pampeana, Yraizoz divisó un campo que, por obra de una peculiaridad topográfica, desde el aire parecía un balde. Fue entonces cuando ella comenzó a pensar en diseñar la finca de la familia con forma de guitarra, un instrumento que ella adoraba.


"Mi padre era muy joven, y estaba ocupado con su trabajo", dice su hijo menor, Ezequiel. "Él decía 'después, hablemos después'".

Unos años después de la muerte de Graciela, Ureta decidió cumplir con sus deseos sobre el diseño de la estancia. Como los paisajistas con los que consultó estaban predeciblemente desconcertados, se hizo cargo él mismo del trabajo.


La Guitarra esta construida en sus contornos por pinos cipreses californianos de color verde oscuro, las 6 cuerdas de la guitarra están hechas con eucaliptos medicinales de un tono característico azulado, el puente al igual que la estrella que decora la boca de la guitarra, están delineadas por pinos cipreses de piña.

Luego de los días de lluvia, al lavarse los árboles, los colores se manifiestan mas intensos y vivos, se puede apreciar entonces que si bien todos los cipreses son verdes, no hay un pino cipres que tenga el mismo color que otro, mostrándose todos los tonos del verde desde el verde más claro al verde más intenso..

Plantar la guitarra fue un trabajo de toda la familia, y hacer que los jóvenes árboles crecieran fue más difícil.


Cuando los árboles fueron plantados tenían entre 15 y 25 cm, al plantarlos de este tamaño sus raíces no están enroscadas en las macetas que los contienen y esto en teoría les permite un crecimiento mas rápido y fuerte, pero como contrapartida los hace vulnerables al daño por las liebres y cuises. Las liebres y los cuises destruían las frágiles plantas. "Es una zona semiárida y hay vientos fuertes y sequías", dice el estanciero. "Tuve que sembrar y resembrar y casi abandoné el proyecto".

Finalmente, Ureta tuvo una inspiración. Puso algunos metales de desecho y mangas protectoras en torno a los jóvenes árboles.

Cuando los árboles finalmente comenzaron a crecer, María Julia,  su hija, dice que fue lo más parecido posible a que la madre volviera a vivir.

Desde adentro de la guitarra, por su inmensidad, uno pierde la perspectiva y difícilmente sepa en que lugar de la guitarra se encuentre, incluso, ni siquiera percibe que se encuentra en un parque que tiene forma de guitarra.


Hoy, el hijo mayor, Ignacio, es ingeniero; María Julia es representante farmacéutica; Soledad es profesora de educación especial; y Ezequiel es veterinario.

Tiene nueve nietos.

Ureta nunca vió la gran guitarra desde el cielo, excepto en fotos.

Tiene miedo a volar...

Alterado del original de Matt Moffett

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