Las noches antes de la pubertad

En la época en que gracias a Sigmund Freud y a los miles de psiquiatras egresados en Argentina, la culpa de todos nuestros males no eran propias, sino de nuestros padres, (principalmente de mamá) los niños teníamos pocos entretenimientos nocturnos que ocuparan nuestras mentes.
Si bien mi experiencia personal es la de un habitante de los suburbios, soy consciente de que en el campo y en la ciudad posiblemente la historia fuera diferente.
Yo simplemente recuerdo que a las doce de la noche no quedaba ni un solo canal de televisión emitiendo. Ya con eso se le debe erizar la piel a cualquier joven que me esté leyendo. Pero la cosa empeora; el Cable o Internet no se habían inventado y uno debía irse a la cama arrastrando su niñez sin otra alternativa que una radio Spica monoaural y su audífono blanco con distorsiones metálicas que pasado el tiempo resultaron cálidas y hasta melodiosas en el recuerdo. Podía escuchar a Guerrero Marthineitz leyendo por ejemplo las Cronicas Marcianas de Ray Bradbury o Fahrenheit 451 si tenía suerte, o la música de Modart en la Noche o las Siete Lunas de Crandall. Como fuera, todo eso era preferible a escuchar el diálogo monótono del perro del vecino y sus congéneres que le respondían a la distancia, todo envuelto en un coro de grillos y ranas lejanas e insistentes.


Las noches de verano no tenían más aire acondicionado que un ventilador, ni repelente de mosquitos más evolucionado que un espiral, así que lograr conciliar el sueño en medio de un charco de sudor sobre un colchón de lana era lo más difícil de lograr sin importar la edad.
Así que la imaginación incansable filmaba cortos musicales antes de que se inventara el videoclip intentando grabarlos en nuestra mente como chispas de genialidad y falta de recursos para filmarlos. Esa misma imaginación nos haría inventar la patente de un sistema de disparo automático de extinguidores para cualquier automotor que sufriera un choque, décadas antes de que se inventara el airbag con similares dispositivos disparadores.
Es que el tiempo libre nunca ha sido un factor negativo, por el contrario exprimía nuestra imaginación de mil y una maneras con la finalidad de hacer que el tiempo transcurriera con algún efecto benéfico y entretenido.
No voy a caer en el facilismo de comparar épocas y decir que los niños en la actualidad se ven bombardeados por estímulos externos y que viven pegados todo el tiempo a aplicaciones informáticas que les facilitan ese entretenimiento y evitan el momento creativo porque sería mentira. Los tiempos han cambiado y el desafío a ser original es mayor. Que cualquier respuesta se pueda obtener mediante un buscador en Internet no hace más que evitarnos el tiempo de investigación y aprendizaje, dejando la posibilidad de usarlo de manera inventiva y proactiva.


En las noches de mi infancia podía leer un buen libro (preferentemente los que tenía prohibidos), tomar el diccionario de Larousse o Kapeluz y buscar palabras llamativas que recordar y conocer su significado. De lo contrario no hubiera sabido de la existencia de la palabra 'Boto' ni recordar que es un odre pequeño para vino o aceite, e incluso otros líquidos. Ni éste me hubiera llevado a buscar la palabra 'Odre' para poder entender el significado, aunque hablara de una piel de cabra y se me hiciera difícil asimilarla.
Claro que primero había que aprender el abecedario y luego practicarlo, pero a falta de él siempre estaban las imágenes de escaso detalle y resolución que en los diccionarios de mayor tamaño nos tentaban a ver de qué se trataba la cosa.
Por la mañana papá o mamá encontraría el velador aún prendido y el libraco entre nuestras manos y eso por lo general era un disparador de orgullo paterno asegurado.


Juntar luciérnagas en un frasco y usarlas como iluminación mientras conciliábamos el sueño, mirar fijamente la lámpara del techo hasta que su luz nos cansara los ojos, acariciar la pared hasta aprender de memoria cada uno de los granos de arena que formaban el revoque fino o inventar sinfonías que nunca repetían una estrofa, todos eran medios válidos para que la noche no fuera tan larga y aburrida como siempre.
Y es que por aquellos años la siesta era mandatoria. Era el momento en que nuestros mayores obtenían un descanso en sus papeles de padres, tutores o encargados. Y la consecuencia de ellas era el tiempo en vela que sufríamos cada noche.
Esas experiencias nocturnas fueron siendo desplazadas poco a poco por la edad y los cambios que ella trae con sus responsabilidades. Sin embargo son parte de lo que somos y en la vida adulta recurrimos a ellas en más de una oportunidad cuando queremos encontrarnos con nosotros mismos. Porque en aquellos momentos en que formábamos nuestras mentes con libertad y sin interferencias, estábamos creando el ser que ahora somos.
Y para encontrar a nuestro ser interior no hay mejor recurso que encontrarlo por la noche, en nuestra cama, soñando despierto. Como cuando éramos chicos.

Taluego.

1 comentario:

  1. Qué lindo recordar todo lo que no teníamos y éramos alegres y amigables. Nuestros chicos tendrán otros ´progresos´que admirar y recordar el hoy como una antigüedad. Como debe ser, nos dirían.

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