Yo la elijo a ella.
Los dos morochos que pasan en la misma moto me miran con ganas de bajarse a pelear. Pongo cara de malo y meto la panza para desafiarlos de la manera mas pasivo-agresiva posible. El tipo de atrás asemeja un búho, como la nena de El Exorcista su cabeza parece girar 360 grados para seguir mirándome fijo.
Detrás de mà está mi mujer desahogándose con los carteles de los candidatos populistas de turno. Ayer vimos a los militantes una hora antes de la veda electoral cubriendo con sus afiches los de nuestros candidatos. Ahora Silvia toma venganza. Sabe que ganamos y se desquita con los afiches de caras en pose de prócer y PhotoShop que los rejuvenece veinte años. La juventud al poder, según dicen y la experiencia al cementerio.
Silvia ha dejado los afiches de cien metros de marquesinas de obra en construcción desparramados sobre la vereda. Dos chicos de no más de seis años la miran como si se tratara de la bruja loca de algún cuento. Mientras tanto mi peor es nada se seca el sudor de la frente y trata de regular su respiración ahora agitada.
-Son unos chorros hijos de puta. Con lo que se afanaron en estos años podrÃamos haber erradicado la pobreza y creado industrias para que la gente tenga trabajos dignos. Pero no, tooodo asistencialismo a criterio del presidente. Si quiere te da , si quiere te quita....
-Como decÃa el abuelo - completo yo- este paÃs se arregla con un paredón de cien kilómetros donde fusilar a todos los polÃticos corruptos...
-Y todos abogados. - se engancha ella- Sólo quieren ocupar cargos para robar, no para servir. Y se dicen de izquierda...¡por favor! si son más fachos que Mussolini y Hitler juntos.
Mi tesoro es asà y asà la quiero. Cuando la conocà no hablábamos de pelÃculas, ni de la música que nos gustaba , ni de viajes, ni teatro, ni de nada de eso. Hablábamos sobre el terrorismo, la subversión, nuestras vidas bajo los regÃmenes militares y cómo sobrevivimos a los otros.
Entramos inmediatamente en sintonÃa. Yo delirando por la centro izquierda y ella separada de un Montonero que la maltrataba. Ambos productos de una fracción de la sociedad que no cree en iluminados ni en lÃderes paternalistas. DirÃa que nos terminó uniendo el espanto y el escepticismo crónico que nos inundaba.
-Los de la moto querÃan fajarnos...- le digo para que entre en razones.
-Te apuesto a que esos dos viven de planes asistenciales, estoy segura. - continuó sin interpretar mi reclamo de indefensión- Y yo me rompà el culo trabajando para que esos dos vivan sin mover un dedo. Dejálos, que vengan, van a ver como les hago un enema de boletas de su partido...-
-Pará Negrita. - traté de calmarla mientras vigilaba que los tipos no volvieran- Mirá que hay paÃses en donde el gobierno te manda gente armada en motos para que te borren del mapa...
-Que vengan- dijo con la cara enrojecida por el odio- Me voy a cargar a uno de ellos aunque sea a mordiscos...
Y no era broma. Es que Silvia es de la época donde con la cultura del trabajo se solucionaban todos los problemas. Nos educaron con la idea de que existirÃa por siempre una movilidad social basada en el esfuerzo y el estudio. Tanto ella como yo nos la creÃmos y tratamos de ser buenas personas cumpliendo con el ideal.
Ella llegó desde el campo apenas cumplidos los 16 y con la secundaria completa. La tÃpica niña pobre, inteligente y llena de esperanzas. Dos años del secundario rendidos libres y un padre que la despidió con toda la tristeza del mundo y un único mensaje: - Cuidate mucho. Si no te cuidas vos, nadie podrá ayudarte. - Y es que la pobreza no arma puentes con los poderosos ni puede comprarlos.
Ella llegó a quedarse en la casa de la abuela, allá lejos, cerca de la villa, en pleno gran Buenos Aires. A dos horas de viaje a cualquier lado. Incluso a una facultad controlada por los militares y subvertida por militantes dispuestos a "plantarle" propaganda con tal de hacerla caer en desgracia. Pero Silvia supo ser cuidadosa revisando siempre su cartera antes de pasar por la guardia.
Sin un peso partido por la mitad, fue mesera, promotora y vendedora, mientras continuaba sus estudios en la facultad. Nada de salidas ni diversión. SabÃa que si volvÃa al pueblo terminarÃa siendo la vieja peluquera que vivÃa pendiente del cotilleo.
Su madre la soñaba allÃ. Cerca de ella por siempre.
Ella no.
Sin dinero ni para libros, debÃa ser la primera en llegar a la biblioteca universitaria para obtener por un dÃa un ejemplar que todos se disputaban. Claro que era a las cuatro de la mañana cuando salÃa al descampado donde aún dormÃan la borrachera los vagos que no conocÃan otra droga, para asà conseguir el único y primer colectivo del dÃa, que la llevarÃa hasta la estación de aquél tren sucio y solitario que la dejaba a diez largas cuadras de las puertas de la universidad.
Perdió peso, juventud, amor y oportunidades, pero se recibió con honores.
Cómo podÃa explicarle que ya nadie necesita comprar un libro que Internet regala, que nadie estudia a menos que piense abandonar el paÃs y probar suerte donde la meritocracia aún no se encuentre ausente. Cómo explicarle que el mundo no está hecho para los buenos. Que "moral" ya no existe en el vocabulario moderno y "éxito" sólo significa tener más que los demás.
Silvia ha acumulado odio contra aquellos que rompieron las reglas, pero no se siente infeliz. Ha logrado sus objetivos. Y cuando ve a algún inepto que ha llegado al poder para robar lo que aporta el pueblo, simplemente se descarga arrancando su imagen de las paredes .
-Si vuelven esos dos facinerosos - me dice- insultales el candidato, hacélos cabrear todo lo que puedas, que cuando dejen la moto para pegarte, se las robo, te alcanzo y nos vamos volando...
Es que a los 73 sigue siendo una peleadora.
Por eso la elijo a ella.
OPin 2015
Imagen: Obra de Gabriel Sainz
Mi tesoro es asà y asà la quiero. Cuando la conocà no hablábamos de pelÃculas, ni de la música que nos gustaba , ni de viajes, ni teatro, ni de nada de eso. Hablábamos sobre el terrorismo, la subversión, nuestras vidas bajo los regÃmenes militares y cómo sobrevivimos a los otros.
Entramos inmediatamente en sintonÃa. Yo delirando por la centro izquierda y ella separada de un Montonero que la maltrataba. Ambos productos de una fracción de la sociedad que no cree en iluminados ni en lÃderes paternalistas. DirÃa que nos terminó uniendo el espanto y el escepticismo crónico que nos inundaba.
-Los de la moto querÃan fajarnos...- le digo para que entre en razones.
-Te apuesto a que esos dos viven de planes asistenciales, estoy segura. - continuó sin interpretar mi reclamo de indefensión- Y yo me rompà el culo trabajando para que esos dos vivan sin mover un dedo. Dejálos, que vengan, van a ver como les hago un enema de boletas de su partido...-
-Pará Negrita. - traté de calmarla mientras vigilaba que los tipos no volvieran- Mirá que hay paÃses en donde el gobierno te manda gente armada en motos para que te borren del mapa...
-Que vengan- dijo con la cara enrojecida por el odio- Me voy a cargar a uno de ellos aunque sea a mordiscos...
Y no era broma. Es que Silvia es de la época donde con la cultura del trabajo se solucionaban todos los problemas. Nos educaron con la idea de que existirÃa por siempre una movilidad social basada en el esfuerzo y el estudio. Tanto ella como yo nos la creÃmos y tratamos de ser buenas personas cumpliendo con el ideal.
Ella llegó desde el campo apenas cumplidos los 16 y con la secundaria completa. La tÃpica niña pobre, inteligente y llena de esperanzas. Dos años del secundario rendidos libres y un padre que la despidió con toda la tristeza del mundo y un único mensaje: - Cuidate mucho. Si no te cuidas vos, nadie podrá ayudarte. - Y es que la pobreza no arma puentes con los poderosos ni puede comprarlos.
Ella llegó a quedarse en la casa de la abuela, allá lejos, cerca de la villa, en pleno gran Buenos Aires. A dos horas de viaje a cualquier lado. Incluso a una facultad controlada por los militares y subvertida por militantes dispuestos a "plantarle" propaganda con tal de hacerla caer en desgracia. Pero Silvia supo ser cuidadosa revisando siempre su cartera antes de pasar por la guardia.
Sin un peso partido por la mitad, fue mesera, promotora y vendedora, mientras continuaba sus estudios en la facultad. Nada de salidas ni diversión. SabÃa que si volvÃa al pueblo terminarÃa siendo la vieja peluquera que vivÃa pendiente del cotilleo.
Su madre la soñaba allÃ. Cerca de ella por siempre.
Ella no.
Sin dinero ni para libros, debÃa ser la primera en llegar a la biblioteca universitaria para obtener por un dÃa un ejemplar que todos se disputaban. Claro que era a las cuatro de la mañana cuando salÃa al descampado donde aún dormÃan la borrachera los vagos que no conocÃan otra droga, para asà conseguir el único y primer colectivo del dÃa, que la llevarÃa hasta la estación de aquél tren sucio y solitario que la dejaba a diez largas cuadras de las puertas de la universidad.
Perdió peso, juventud, amor y oportunidades, pero se recibió con honores.
Cómo podÃa explicarle que ya nadie necesita comprar un libro que Internet regala, que nadie estudia a menos que piense abandonar el paÃs y probar suerte donde la meritocracia aún no se encuentre ausente. Cómo explicarle que el mundo no está hecho para los buenos. Que "moral" ya no existe en el vocabulario moderno y "éxito" sólo significa tener más que los demás.
Silvia ha acumulado odio contra aquellos que rompieron las reglas, pero no se siente infeliz. Ha logrado sus objetivos. Y cuando ve a algún inepto que ha llegado al poder para robar lo que aporta el pueblo, simplemente se descarga arrancando su imagen de las paredes .
-Si vuelven esos dos facinerosos - me dice- insultales el candidato, hacélos cabrear todo lo que puedas, que cuando dejen la moto para pegarte, se las robo, te alcanzo y nos vamos volando...
Es que a los 73 sigue siendo una peleadora.
Por eso la elijo a ella.
OPin 2015
Imagen: Obra de Gabriel Sainz
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