Invento en Las Violetas

La tardecita estaba medio fría ese 22 de Junio de 1931, sin embargo la concurrida esquina de Rivadavia y Medrano en el barrio de Almagro mostraba tanta actividad como siempre a esa hora. Por un lado mucha gente emprendía el regreso hacia sus hogares, mientras otras acudían plenas de alegría e historias que contar, al encuentro semanal pactado en la Confitería las Violetas. Allí frente a un platillo con masas y un delicioso té con leche, las pitucas de la zona amenizaban la tarde esparciendo nuevas y suculentas historias de enredos de cuanto conocido pudieran recordar. Eso sí, debían irse turnando pues para que todas pudieran dar rienda suelta a su cotorreo hacía falta un meticuloso ordenamiento de turnos . El chusmerío no permite, la anarquía ni las voces estentóreas. 
Don José Mario se encontraba en la vereda de enfrente dispuesto a cruzar Medrano. Su mirada se perdía en las vitrinas desde donde las damas de sociedad sorbían el té con el meñique erguido como les habían enseñado en la Rural. Paseaba su vista de una a otra ventana cuando creyó percibir a una persona que parecía necesitar ayuda. Era un hombre alto y delgado que parado en medio de la calzada parecía desconcertado y algo perdido. Picado de curiosidad decidió cruzar la calle y verlo más de cerca. - ! No decía yo ¡- Se escucho a sí mismo decir cuando estuvo cerca y comprendió que se trataba de un ciego. Si no hubiese sido por su actitud perdida, jamás nadie podría haberse dado cuenta de su condición. Nada lo podía identificar como tal.


Para José Mario era claro que algo estaba mal y debía ser reparado.
En cuanto pudo  averiguar cual era el deseo del ciego, ambos cruzaron la avenida a salvo y el hombre agradecido le dió larga charla luego de presentarse como Fidel, a secas.
José Mario lo escuchó atentamente, ambos intercambiaron pequeños datos sin importancia, tal vez hablaron del tiempo o de los resultados de la 1º A, nadie pudo escuchar nada de lo dicho, ni lo recuerda, salvo que al final le dijo al ciego:

- Fidel, creo que volveré a servirle a usted muchas veces más, aunque no esté a su lado, a usted y a todos los que se encuentren en su condición. Se me ha ocurrido una idea-

Pocos días después José Mario se acercó a la Biblioteca para Ciegos y pidió una entrevista con su presidente de aquel entonces, el oftalmólogo Agustín Rebuffo, a quién le expuso la idea que lo tenía obsesionado desde aquel 22 de junio. Rebuffo la aprobó y  puso en práctica de inmediato. Mientras José Mario Fallótico regresó a su casa, tomó un viejo bastón y luego de pintarlo de blanco fue hasta lo de su amigo Fidel para regalárselo.
Fallótico jamás patentó su idea, ni obtuvo algún rédito personal por su invento. Hoy en día todos los ciegos del mundo le deben el uso de ese adminículo a un transeunte porteño que solo quiso ayudar a uno de sus semejantes.

Taluego
 

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