(Basado en una historia real)
Medio vaso de helado y un fuerte chorro de soda que el viejo sifón “Drago” escupió con saña para licuar el espeso fluido en un mar de burbujas ácidas. Mariana perdió su mirada a través del ventanal del “Bar Victoria”, mientras con suaves movimientos giratorios trataba de sacar el excedente de burbujas del vaso.
El constante ruido de charlas inconexas y platos golpeando unos contra otros, no lograban distraer su mirada de aquella vida que se escurría del otro lado del ventanal. Caras y gestos eran acertijos andantes con los que Mariana podía entretejer miles de historias. Marionetas que en la calle parecían movidas por hilos invisibles tomados por manos con mal de Parkinsons.
Un hombre de peluquín castaño sobre propio pelo cano, pasó corriendo tapándose con el Clarín de hoy en un intento de salvar su quincho de las ráfagas de viento y lluvia.
Instintivamente y con descuido Mariana revisó su producción. Como siempre que salía apurada algún detalle se escapaba a su control y casi siempre era el mismo. Se miró las lolas y confirmó el reiterado error: uno miraba al norte y otro al oeste. Con el mayor disimulo posible introdujo su mano dentro de la camisa y colocó el oeste en el norte que le correspondía por simetría. No es fácil estar bien. Confirmó el éxito de su disimulada tarea en el reflejo de la vitrina y de paso chequeó que los colores en su cara se vieran naturales, aún con aquella pobre luz.
Al ver su reflejo reafirmó con certeza que cuando las cosas se caen, no hay suficientes horas de gimnasio que puedan levantarlas.
Con tantos lípidos acumulados y sus cuarenta recién estrenados, Mariana se sentía como un recipiente lleno de experiencias vividas, pero sin posibilidad de clasificar para ninguna competencia. De hecho, había pasado a valorar mas la personalidad que lo físico. En ella y en los demás. Sin embargo este cambio de actitud no parecía traerle beneficios a la hora de elegir pareja, pues pudo comprobar que era más difícil encontrar personalidad que buenas proporciones.
Resultado: Aún hoy debía dormir la mayoría de las veces abrazada a su almohada.
Y no era culpa de ella. No eso no. Siempre se había entregado por completo.
Ahora Mariana aceptaba, aunque a regañadientes, cualquier opción válida para romper con su monotonía del quehacer cotidiano. Había aprendido a no reprimirse, a convivir con la espera de encontrar a quien durara a su lado más de seis meses, o que al menos sobreviviera a aquel momento en el que se ponía pesada y comenzaba a exigir cosas del otro, que el otro no estaba dispuesto a conceder fácilmente. A la espera de aquel que comprendiera sus rayes y le dejara un poquito de espacio para sentirse independiente. Libre de a ratos.
Hasta ahora no había tenido necesidad de aceptar este recurso. Cuando cortaba con uno siempre encontraba otro nuevo con quien intentar. Eso sí, luego del correspondiente luto, necesario para hacer borrón y cuenta nueva. Pero las cifras redondas siempre le habían generado fallas en su autoestima.
Pero seguía buscando, ya tal vez acostumbrada a vivir consigo misma, sin rendirle cuentas a nadie, disfrutando el no ser manejada ni dependiente. Al mismo tiempo y en secreto, seguramente odiaba esta condición.
Miró su reloj “Cartier” de 20 pesos una vez más.
Tal vez esté de más remarcar que Mariana vivía con la infantil ilusión del amor eterno. Deseaba que fuera una realidad. Pero cientos de veces había destruido una relación debido a que la desenfrenada locura de los primeros meses se había diluido en medio de la rutina cotidiana, se había convertido en algo normal exento de la magia del conocer a esa persona por primera vez, investigarlo y conquistarlo. Una vez logrado el objetivo solo le quedaba el cariño y eso para ella no era suficiente. Necesitaba el desafío. Por lo tanto: fin. Cambio de malo conocido por bueno por conocer y tal vez a la vuelta de la esquina aparecería aquel que mantuviera en forma constante esa magia que tanto necesitaba. A las relaciones por costumbre o soledad, nada.
Siempre lograba superar el dolor de las rupturas rodeándose de su familia, disfrutando de a ratos esos hijos postizos que eran sus sobrinos y que día a día se convertían en adultos independientes, que ya no necesitaban a sus padres y menos a una tía solterona que ya no lograba atraer sus simpatías. Las amigas: bien gracias. La mayoría de ellas se encontraban felizmente casadas con fotos y anécdotas de sus hijos que acaparaban toda reunión. Las otras, separadas, pero con las mismas manías de hablar sobre jardines de infantes, pañales y ropitas.
“¿Como ya te vas?. Pero si no nos contaste nada”. Era la reiterada frase de despedida cuando las reuniones de “brujas” se convirtieron en reuniones de “esposas y madres”.
Para mal de males, en esos días tan femeninos donde le atacaba la depre, (que por suerte eran pocos) se veía solitaria donde tantos paseantes ocasionales habían hecho escala, en un rincón de su departamentito de dos ambientes, poblado con miniaturas adorables, recuerdos de sus constantes viajes de evasión, olvido o perdón.
-Disculpáme....Mariana??-
El “Si! ¿Fernando?” fue acompañado de varias acciones simultáneas. Un rápido chuik en la mejilla, luego un paneo rápido que descubrió a un hombre de agradables facciones y pista de aterrizaje superior no disimulada. Un “buen lomo” se escurrió dentro de su cerebro mientras enderezaba su espalda en un esfuerzo de destacar sus atributos recientemente acomodados.
Paso dos: leve movimiento apartando su pelo rubio (Sedal Color) de la cara y aparición simultanea de aquella sonrisa que alguna vez le habían dicho que era su mejor herramienta de seducción. (varias torturas ortodónsicas y el sacrificio de cuatro molares habían realizado el milagro). Era parte de la lista de esfuerzos cotidianos para gustar. Pero al menos éste funcionaba.
-Perdonáme la tardanza. Llegué lo más rápido que pude, pero sabés el quilombo que es el tránsito a esta hora. Vine por la 9 de Julio pero tuve que desviarme, si no, no llegaba más.
-Me desvié un poco por que tenía que pasar por lo del editor de la revista. Te conté que soy fotógrafo no?...
...Fui para revisar cuales habían elegido y por supuesto cuanto me tenían que pagar. Le dije al encargado: “Macho si las querées pagámelas bien o andá vos a mojarte el culo en la nieve. Perdoná por lo de culo pero es que me hacen calentar con tantas boludeces.
-Son de la National Geografic de acá. Son buenos tipos en el fondo. Me consiguieron la plata para que me mandara un viaje a Alaska el mes pasado. Querían que acompañara a un par de pelotudos (perdoná) que se iban a mandar el cruce del estrecho de Bering. Por supuesto me prendí. Había buena guita de por medio. Pero viste como son, a la hora de cobrar se hacen los ...distraídos.
-La cuestión es que eran nada más que noventa kilómetros sin hielo para cruzar de un lado al otro. Una boludez. Más si tenés en cuenta que la mayoría del tiempo está congelado. Dicen que lo descubrieron los rusos. Debe ser así por que va desde Siberia hasta Príncipe de Gales en Alaska, y en Alaska no había ni un mono hasta hace poco.
-Que interesante ¡
-Supongo que debe haber sido muy duro el viaje. A mí me encantan los viajes, no sabés como te envidio. La última vez fui a las Baleares con un novio. En realidad con un amigo. {{un plomo}}
-Si ya saqué fotos de ahí. Pero como te contaba: los tipos no tenían mucha experiencia en esto de hacer expediciones. El equipo era bueno pero nos recaga... moríamos de frío. Y esos perros de mierda. Disculpame Mariana pero si no, no puedo hablar...Vengo medio caliente.
-No te preocupes, todos tenemos algunas palabritas preferidas.
-Gracias. Que te decía? Ah si. Vos no sabés el tufo que tienen esos animales. Todos dicen que los Huski esto, que los Huski aquello. Pero hay que tener uno cerca para darse cuenta de cómo apestan. Y si tenés que dormir cerca del refugio de ellos te morís. Porque encima hay que perder como dos horas cortando hielitos para que los bichos duerman como la gente.
-Te molesta si fumo?
-La verdad que sí. Me hace mal a la garganta y mañana mis alumnos no me van a escuchar ni una palabra. Enseño en dos escuelas, sabés? No doy abasto con tanto chico ocurrente que anda suelto. Matemáticas.
-¿Si?. ¿ Querés un bombón?. Son de licor. Mis favoritos.
-Gracias. No querés tomar nada?
-Si. Lo mismo que vos. Mozo!
-Es un Ice Cream Soda.
-Lo mismo que la señora.
-Y, podés creer?, los nabos no sabían que en esa época del año no hay cruce posible con trineo. Cuando me quise acordar estaba en medio del puto estrecho sacándole fotos a las focas, los perros y el hielo. Me los quería comer!. A los flacos de la expedición digo, no a los perros. Te dije la baranda que tienen no?.
Cerró un poco su saquito.
-Si no fuera por mí todavía estábamos esperando que alguien les dijera que tenían que hacer. Decí que había morfi para varios días que si no, no llegábamos al continente y en lugar de en la National Geografic salíamos en Crónica. Te sentís mal?
-No, sólo un poco mareada. Creo que tanta dieta me está arruinando la salud. Ya se me pasa.
-Cualquier cosa decime. Te llevo a algún lado. Acá cerca está el Hospital Italiano. Querés?.
-No. Está bien. Ya se me pasa.
-Quedate quietita un rato a ver si se te pasa. Cualquier cosa te llevo.
-No, en serio gracias. No insistas. En realidad había quedado con mi amiga Cecilia en encontrarnos dentro de un ratito. Tenemos que pasar a buscar unas flores de Bach. Sabés?. Para las depre. Y la señora nos espera a las nueve.
-No te hagas problema. Las llevo. Tengo el auto acá en la esquina. Estás blanca!
-No gracias está bien.
-Quedate quietita.
Un zumbido espacial ocupó toda su cabeza diluyendo la realidad y todo lo que con ella venía de la mano.
Un largo y vacío intermedio…
Sensaciones irreales de caminatas en medio de las luces de la ciudad. Llaves que abren puertas. Puertas que encierran pasiones.
Por un rato fue ocupada por la nada…
El fuerte sol del mediodía se filtraba entre las ranuras de la celosía del balcón pegando directamente sobre los ojos de Mariana. En medio de un sopor inusual comenzó a cobrar vida en ella una sensación de fría incomodidad, pesadez y desazón. Su lengua se sentía como un trozo de trapo de piso atrapado entre sus dientes. Algo dentro de ella le decía que había tomado parte en algún tipo de fiesta a la que nunca había sido invitada.
Sin haber abierto los ojos, un instinto repentino la llevó a arrojarse de la cama en un vano intento de refugiarse sin saber aún de qué. Una vez sobre su querida alfombra color salmón se percató que su depósito de accesorios le impedía refugiarse debajo de su vieja cama de bronce. Allí abajo residían su aspiradora, un viejo colchón, (que en alguna oportunidad fue útil para mandar a dormir al comedor a alguna amiga plena de ronquidos) y aquellos canastos que guardaban todo lo que al finalizar el año iría a parar a las manos de la abuela Carmen.
Contuvo la respiración lo más que pudo, escuchando cada mínimo ruido que pudiera alcanzarla. El persistente gotear sobre la bacha de la cocina era la rítmica música de fondo que acompañaba su desesperación.
Identificó el ascensor, los chicos del 6º A y una batalla de murciélagos dentro del taparrollo. Nada anormal. Su cabeza hervía y una salvaje bocanada de aire entró por su garganta haciendo un sonido delator que aumentó su miedo a ser descubierta.
Su mirada turbia a través de las lágrimas que comenzaban a nacer incontenibles le acercaban cientos de signos sin sentido que en diversos tonos de rojo cubrían las paredes. Ninguno identificable pero a la vez claramente obsceno. Los restos de sus lápices de labios se encontraban esparcidos por el piso como cápsulas servidas en alguna sucia batalla.
Rodó sobre si misma para lograr espiar por el pasillo. Ningún nuevo sonido.
Refrenaba su respiración para lograr escuchar mejor, pero cuando la liberaba, esta se convertía en un nuevo y sordo gemido nacido en la opresión que anidaba en su pecho.
Quejido, gemido, sostener la respiración.
A final del pasillo se observaba la puerta abierta de par en par. Sobre la mesa tres platos habitados por restos de hamburguesas delataban no solo una presencia. Cervezas volcadas, ropa sobre el piso, cajoneras arrancadas, eran signos que solo lograban aterrorizarla más, relatándole algo que aún no estaba dispuesta a aceptar.
Mariana intentó levantarse y correr hacia la puerta con la finalidad de cerrarla, pero un pensamiento la inmovilizaba. ¿Habría alguien aún dentro de su casa?
Su cuerpo entero comenzó a temblar y en ese preciso momento tomó conciencia de ardores y dolores que hacían juego con los colores impresos en su sábana blanca. Aquella sábana que ahora húmeda le servía de Sari protector a su total desnudez.
Esto no podía estar pasando. Quiso gritar pero se contuvo.
Juntó del piso algunas pocas fuerzas que quedaban y arremetió con los ojos cerrados y casi un grito contenido en la garganta, hasta alcanzar la puerta al palier. Un rastro intermitente de pequeñas estrellas rojas impresas sobre la alfombra seguían su recorrido.
La cerró de un golpe, girando al instante para ver si alguien había quedado dentro.
Angustia al notar que las llaves no se encontraban como siempre sobre el televisor y por supuesto el televisor tampoco. Se las habían llevado, por lo tanto podrían regresar en cualquier momento, cuando quisieran. Cuando tuvieran “hambre” otra vez.
Enredada en la sábana corrió hasta el otro extremo de la mesa y en un rápido movimiento trancó la puerta con ella. Si bien esto no sería una solución definitiva le permitiría demorar la reentrada de ...¿Fernando?.
Por que era así, no?. Lo podía sentir. Ahora recobraba la conciencia total de su cuerpo, adormilada por quien sabe que substancias.
El dolor del antebrazo le contaba la historia de varias jeringas.
Su imagen en el espejo de la sala la llevó en un movimiento instintivo a ceñirse más la sábana contra el cuerpo. Ya habría tiempo mas tarde para observar cada detalle, lavarlo, curarlo. Dos marcas violáceas en su cuello y el aspecto de su cara eran suficiente información por el momento.
Miro por un instante el inalámbrico. Cecilia, policía u hospital??. Cecilia era la respuesta. Ella sabría que hacer, contenerla ayudarla, decirle que sí y que no.
Un ahogo repentino la tensionó en medio de un mareo. El aire se negaba a escurrirse en sus pulmones oprimidos por el miedo. Sin dejar un solo instante de mirar hacia la puerta, abrió torpemente las celosías de su balcón francés y asomó medio cuerpo hacia el vacío en busca de un único y profundo respiro.
Algo desde el cemento cinco pisos hacia abajo le hablaba.
Desde lo más oculto de su cuerpo nació, creció y explotó un quebrado
HIJOOOOOS DE PUUUUUTAAAA!!!!!!!!!!
perdido entre los sonidos de la calle de aquel día laboral. Entre sus marionetas Parkinsonianas, moviéndose ajenas a todo lo que ocurriera alrededor.
Un sabor a whisky y chocolate subió por su garganta.
Medio vaso de helado y un fuerte chorro de soda que el viejo sifón “Drago” escupió con saña para licuar el espeso fluido en un mar de burbujas ácidas. Mariana perdió su mirada a través del ventanal del “Bar Victoria”, mientras con suaves movimientos giratorios trataba de sacar el excedente de burbujas del vaso.
{{”ya decía yo que no tenía que darle bola a Cecilia...”}}
El constante ruido de charlas inconexas y platos golpeando unos contra otros, no lograban distraer su mirada de aquella vida que se escurría del otro lado del ventanal. Caras y gestos eran acertijos andantes con los que Mariana podía entretejer miles de historias. Marionetas que en la calle parecían movidas por hilos invisibles tomados por manos con mal de Parkinsons.
{{-“veinte minutos mas y me voy a la mierda...¿Y si se parece a ese…? La corto rápido. Le digo que me estan esperando, que se murió mi tía o que dejé la leche en el fuego y me rajo. Eso ...La corto y chau. A otra cosa mariposa... No, en serio. Tengo que encontrar alguna excusa que por lo menos me la crea yo. ¿Será posible que nunca tenga nada preparado?. Ya sé , le digo que hoy por la mañana me llamó un antiguo novio y que quedé en verlo. De esa forma la corto bien y en forma definitiva. Después de todo ya sabe que vine medio a la fuerza. Le dije que no me gustaban estas cosas. Nunca funcionan. Hasta yo me doy cuenta que estoy mal predispuesta.”}}
Un hombre de peluquín castaño sobre propio pelo cano, pasó corriendo tapándose con el Clarín de hoy en un intento de salvar su quincho de las ráfagas de viento y lluvia.
Instintivamente y con descuido Mariana revisó su producción. Como siempre que salía apurada algún detalle se escapaba a su control y casi siempre era el mismo. Se miró las lolas y confirmó el reiterado error: uno miraba al norte y otro al oeste. Con el mayor disimulo posible introdujo su mano dentro de la camisa y colocó el oeste en el norte que le correspondía por simetría. No es fácil estar bien. Confirmó el éxito de su disimulada tarea en el reflejo de la vitrina y de paso chequeó que los colores en su cara se vieran naturales, aún con aquella pobre luz.
Al ver su reflejo reafirmó con certeza que cuando las cosas se caen, no hay suficientes horas de gimnasio que puedan levantarlas.
{{ Todo lo que como parece tener sus propias ideas que lo llevan a anidar justo en las zonas que más detesto y por las que daría horas de gym para achicarlas por lo menos unos centímetros.
Creo que los ravioles generalmente se encariñarse con mi cola. Por suerte parece ser que los de ricota y los de verdura y pollo tienen tendencias parecidas y hacen que el aumento sea parejo), los chocolates invaden preferentemente los rollitos de la pancita y terminan ocultando el elástico del bikini que el año pasado había sido mostrable y las gelatinas y otras yerbas que en teoría deberían ayudarnos a adelgazar, parece que en mi caso, les gusta irse a vivir a mis tríceps ( tal vez por afinidad de consistencia).}}
Creo que los ravioles generalmente se encariñarse con mi cola. Por suerte parece ser que los de ricota y los de verdura y pollo tienen tendencias parecidas y hacen que el aumento sea parejo), los chocolates invaden preferentemente los rollitos de la pancita y terminan ocultando el elástico del bikini que el año pasado había sido mostrable y las gelatinas y otras yerbas que en teoría deberían ayudarnos a adelgazar, parece que en mi caso, les gusta irse a vivir a mis tríceps ( tal vez por afinidad de consistencia).}}
Con tantos lípidos acumulados y sus cuarenta recién estrenados, Mariana se sentía como un recipiente lleno de experiencias vividas, pero sin posibilidad de clasificar para ninguna competencia. De hecho, había pasado a valorar mas la personalidad que lo físico. En ella y en los demás. Sin embargo este cambio de actitud no parecía traerle beneficios a la hora de elegir pareja, pues pudo comprobar que era más difícil encontrar personalidad que buenas proporciones.
Resultado: Aún hoy debía dormir la mayoría de las veces abrazada a su almohada.
Y no era culpa de ella. No eso no. Siempre se había entregado por completo.
Ahora Mariana aceptaba, aunque a regañadientes, cualquier opción válida para romper con su monotonía del quehacer cotidiano. Había aprendido a no reprimirse, a convivir con la espera de encontrar a quien durara a su lado más de seis meses, o que al menos sobreviviera a aquel momento en el que se ponía pesada y comenzaba a exigir cosas del otro, que el otro no estaba dispuesto a conceder fácilmente. A la espera de aquel que comprendiera sus rayes y le dejara un poquito de espacio para sentirse independiente. Libre de a ratos.
Hasta ahora no había tenido necesidad de aceptar este recurso. Cuando cortaba con uno siempre encontraba otro nuevo con quien intentar. Eso sí, luego del correspondiente luto, necesario para hacer borrón y cuenta nueva. Pero las cifras redondas siempre le habían generado fallas en su autoestima.
{{Si junto lo mejor de cada uno, no armo uno como la gente...}}
Pero seguía buscando, ya tal vez acostumbrada a vivir consigo misma, sin rendirle cuentas a nadie, disfrutando el no ser manejada ni dependiente. Al mismo tiempo y en secreto, seguramente odiaba esta condición.
Miró su reloj “Cartier” de 20 pesos una vez más.
{{“Y todo por una llamada equivocada....No me lo habrá mandado Carlos?. Ya me veo la venganza del varón herido.”}}
Tal vez esté de más remarcar que Mariana vivía con la infantil ilusión del amor eterno. Deseaba que fuera una realidad. Pero cientos de veces había destruido una relación debido a que la desenfrenada locura de los primeros meses se había diluido en medio de la rutina cotidiana, se había convertido en algo normal exento de la magia del conocer a esa persona por primera vez, investigarlo y conquistarlo. Una vez logrado el objetivo solo le quedaba el cariño y eso para ella no era suficiente. Necesitaba el desafío. Por lo tanto: fin. Cambio de malo conocido por bueno por conocer y tal vez a la vuelta de la esquina aparecería aquel que mantuviera en forma constante esa magia que tanto necesitaba. A las relaciones por costumbre o soledad, nada.
Siempre lograba superar el dolor de las rupturas rodeándose de su familia, disfrutando de a ratos esos hijos postizos que eran sus sobrinos y que día a día se convertían en adultos independientes, que ya no necesitaban a sus padres y menos a una tía solterona que ya no lograba atraer sus simpatías. Las amigas: bien gracias. La mayoría de ellas se encontraban felizmente casadas con fotos y anécdotas de sus hijos que acaparaban toda reunión. Las otras, separadas, pero con las mismas manías de hablar sobre jardines de infantes, pañales y ropitas.
“¿Como ya te vas?. Pero si no nos contaste nada”. Era la reiterada frase de despedida cuando las reuniones de “brujas” se convirtieron en reuniones de “esposas y madres”.
Para mal de males, en esos días tan femeninos donde le atacaba la depre, (que por suerte eran pocos) se veía solitaria donde tantos paseantes ocasionales habían hecho escala, en un rincón de su departamentito de dos ambientes, poblado con miniaturas adorables, recuerdos de sus constantes viajes de evasión, olvido o perdón.
-Disculpáme....Mariana??-
El “Si! ¿Fernando?” fue acompañado de varias acciones simultáneas. Un rápido chuik en la mejilla, luego un paneo rápido que descubrió a un hombre de agradables facciones y pista de aterrizaje superior no disimulada. Un “buen lomo” se escurrió dentro de su cerebro mientras enderezaba su espalda en un esfuerzo de destacar sus atributos recientemente acomodados.
Paso dos: leve movimiento apartando su pelo rubio (Sedal Color) de la cara y aparición simultanea de aquella sonrisa que alguna vez le habían dicho que era su mejor herramienta de seducción. (varias torturas ortodónsicas y el sacrificio de cuatro molares habían realizado el milagro). Era parte de la lista de esfuerzos cotidianos para gustar. Pero al menos éste funcionaba.
-Perdonáme la tardanza. Llegué lo más rápido que pude, pero sabés el quilombo que es el tránsito a esta hora. Vine por la 9 de Julio pero tuve que desviarme, si no, no llegaba más.
{{Hombre motorizado (anotó). Retornan los paseos.(y en primavera!)}}
-Me desvié un poco por que tenía que pasar por lo del editor de la revista. Te conté que soy fotógrafo no?...
-Si. {{A mí en bolas nunca nene}}
...Fui para revisar cuales habían elegido y por supuesto cuanto me tenían que pagar. Le dije al encargado: “Macho si las querées pagámelas bien o andá vos a mojarte el culo en la nieve. Perdoná por lo de culo pero es que me hacen calentar con tantas boludeces.
{{Otro bicho egocéntrico que se va a pasar la noche hablando de él mismo y yo como una pelotuda escuchándolo con cara de “!que interesante!”. }}
-Son de la National Geografic de acá. Son buenos tipos en el fondo. Me consiguieron la plata para que me mandara un viaje a Alaska el mes pasado. Querían que acompañara a un par de pelotudos (perdoná) que se iban a mandar el cruce del estrecho de Bering. Por supuesto me prendí. Había buena guita de por medio. Pero viste como son, a la hora de cobrar se hacen los ...distraídos.
{{¿Si te compro el buzón, que querés que haga con las cartas?}}
-La cuestión es que eran nada más que noventa kilómetros sin hielo para cruzar de un lado al otro. Una boludez. Más si tenés en cuenta que la mayoría del tiempo está congelado. Dicen que lo descubrieron los rusos. Debe ser así por que va desde Siberia hasta Príncipe de Gales en Alaska, y en Alaska no había ni un mono hasta hace poco.
-Que interesante ¡
{{no te dije. Me salió medio falso}}
-Supongo que debe haber sido muy duro el viaje. A mí me encantan los viajes, no sabés como te envidio. La última vez fui a las Baleares con un novio. En realidad con un amigo. {{un plomo
-Si ya saqué fotos de ahí. Pero como te contaba: los tipos no tenían mucha experiencia en esto de hacer expediciones. El equipo era bueno pero nos recaga... moríamos de frío. Y esos perros de mierda. Disculpame Mariana pero si no, no puedo hablar...Vengo medio caliente.
-No te preocupes, todos tenemos algunas palabritas preferidas.
{{Ya vas a escuchar las mías}}
-Gracias. Que te decía? Ah si. Vos no sabés el tufo que tienen esos animales. Todos dicen que los Huski esto, que los Huski aquello. Pero hay que tener uno cerca para darse cuenta de cómo apestan. Y si tenés que dormir cerca del refugio de ellos te morís. Porque encima hay que perder como dos horas cortando hielitos para que los bichos duerman como la gente.
{{Seguro que vos olías a rosas}}
-Te molesta si fumo?
-La verdad que sí. Me hace mal a la garganta y mañana mis alumnos no me van a escuchar ni una palabra. Enseño en dos escuelas, sabés? No doy abasto con tanto chico ocurrente que anda suelto. Matemáticas.
-¿Si?. ¿ Querés un bombón?. Son de licor. Mis favoritos.
{{Este quiere que me calle la boca y lo escuche eternamente?}}
-Gracias. No querés tomar nada?
-Si. Lo mismo que vos. Mozo!
-Es un Ice Cream Soda.
-Lo mismo que la señora.
{{Tu madrina}}
-Y, podés creer?, los nabos no sabían que en esa época del año no hay cruce posible con trineo. Cuando me quise acordar estaba en medio del puto estrecho sacándole fotos a las focas, los perros y el hielo. Me los quería comer!. A los flacos de la expedición digo, no a los perros. Te dije la baranda que tienen no?.
-Si {{-Nene, de vez en cuando podrías mirarme a los ojos. No?}}
Cerró un poco su saquito.
-Si no fuera por mí todavía estábamos esperando que alguien les dijera que tenían que hacer. Decí que había morfi para varios días que si no, no llegábamos al continente y en lugar de en la National Geografic salíamos en Crónica. Te sentís mal?
-No, sólo un poco mareada. Creo que tanta dieta me está arruinando la salud. Ya se me pasa.
-Cualquier cosa decime. Te llevo a algún lado. Acá cerca está el Hospital Italiano. Querés?.
-No. Está bien. Ya se me pasa.
{{Este ya me está haciendo descomponer}}
-Quedate quietita un rato a ver si se te pasa. Cualquier cosa te llevo.
-No, en serio gracias. No insistas. En realidad había quedado con mi amiga Cecilia en encontrarnos dentro de un ratito. Tenemos que pasar a buscar unas flores de Bach. Sabés?. Para las depre. Y la señora nos espera a las nueve.
-No te hagas problema. Las llevo. Tengo el auto acá en la esquina. Estás blanca!
-No gracias está bien.
{{Me siento para la mierda. No la podés cortar un poco?.}}
-Quedate quietita.
Un zumbido espacial ocupó toda su cabeza diluyendo la realidad y todo lo que con ella venía de la mano.
Un largo y vacío intermedio…
Sensaciones irreales de caminatas en medio de las luces de la ciudad. Llaves que abren puertas. Puertas que encierran pasiones.
Por un rato fue ocupada por la nada…
El fuerte sol del mediodía se filtraba entre las ranuras de la celosía del balcón pegando directamente sobre los ojos de Mariana. En medio de un sopor inusual comenzó a cobrar vida en ella una sensación de fría incomodidad, pesadez y desazón. Su lengua se sentía como un trozo de trapo de piso atrapado entre sus dientes. Algo dentro de ella le decía que había tomado parte en algún tipo de fiesta a la que nunca había sido invitada.
Sin haber abierto los ojos, un instinto repentino la llevó a arrojarse de la cama en un vano intento de refugiarse sin saber aún de qué. Una vez sobre su querida alfombra color salmón se percató que su depósito de accesorios le impedía refugiarse debajo de su vieja cama de bronce. Allí abajo residían su aspiradora, un viejo colchón, (que en alguna oportunidad fue útil para mandar a dormir al comedor a alguna amiga plena de ronquidos) y aquellos canastos que guardaban todo lo que al finalizar el año iría a parar a las manos de la abuela Carmen.
Contuvo la respiración lo más que pudo, escuchando cada mínimo ruido que pudiera alcanzarla. El persistente gotear sobre la bacha de la cocina era la rítmica música de fondo que acompañaba su desesperación.
Identificó el ascensor, los chicos del 6º A y una batalla de murciélagos dentro del taparrollo. Nada anormal. Su cabeza hervía y una salvaje bocanada de aire entró por su garganta haciendo un sonido delator que aumentó su miedo a ser descubierta.
Su mirada turbia a través de las lágrimas que comenzaban a nacer incontenibles le acercaban cientos de signos sin sentido que en diversos tonos de rojo cubrían las paredes. Ninguno identificable pero a la vez claramente obsceno. Los restos de sus lápices de labios se encontraban esparcidos por el piso como cápsulas servidas en alguna sucia batalla.
Rodó sobre si misma para lograr espiar por el pasillo. Ningún nuevo sonido.
Refrenaba su respiración para lograr escuchar mejor, pero cuando la liberaba, esta se convertía en un nuevo y sordo gemido nacido en la opresión que anidaba en su pecho.
Quejido, gemido, sostener la respiración.
A final del pasillo se observaba la puerta abierta de par en par. Sobre la mesa tres platos habitados por restos de hamburguesas delataban no solo una presencia. Cervezas volcadas, ropa sobre el piso, cajoneras arrancadas, eran signos que solo lograban aterrorizarla más, relatándole algo que aún no estaba dispuesta a aceptar.
Mariana intentó levantarse y correr hacia la puerta con la finalidad de cerrarla, pero un pensamiento la inmovilizaba. ¿Habría alguien aún dentro de su casa?
Su cuerpo entero comenzó a temblar y en ese preciso momento tomó conciencia de ardores y dolores que hacían juego con los colores impresos en su sábana blanca. Aquella sábana que ahora húmeda le servía de Sari protector a su total desnudez.
Esto no podía estar pasando. Quiso gritar pero se contuvo.
{{-Pensá Mariana, pensá que mierda vas a hacer...}}
Juntó del piso algunas pocas fuerzas que quedaban y arremetió con los ojos cerrados y casi un grito contenido en la garganta, hasta alcanzar la puerta al palier. Un rastro intermitente de pequeñas estrellas rojas impresas sobre la alfombra seguían su recorrido.
La cerró de un golpe, girando al instante para ver si alguien había quedado dentro.
Angustia al notar que las llaves no se encontraban como siempre sobre el televisor y por supuesto el televisor tampoco. Se las habían llevado, por lo tanto podrían regresar en cualquier momento, cuando quisieran. Cuando tuvieran “hambre” otra vez.
Enredada en la sábana corrió hasta el otro extremo de la mesa y en un rápido movimiento trancó la puerta con ella. Si bien esto no sería una solución definitiva le permitiría demorar la reentrada de ...¿Fernando?.
Por que era así, no?. Lo podía sentir. Ahora recobraba la conciencia total de su cuerpo, adormilada por quien sabe que substancias.
El dolor del antebrazo le contaba la historia de varias jeringas.
Su imagen en el espejo de la sala la llevó en un movimiento instintivo a ceñirse más la sábana contra el cuerpo. Ya habría tiempo mas tarde para observar cada detalle, lavarlo, curarlo. Dos marcas violáceas en su cuello y el aspecto de su cara eran suficiente información por el momento.
Miro por un instante el inalámbrico. Cecilia, policía u hospital??. Cecilia era la respuesta. Ella sabría que hacer, contenerla ayudarla, decirle que sí y que no.
Un ahogo repentino la tensionó en medio de un mareo. El aire se negaba a escurrirse en sus pulmones oprimidos por el miedo. Sin dejar un solo instante de mirar hacia la puerta, abrió torpemente las celosías de su balcón francés y asomó medio cuerpo hacia el vacío en busca de un único y profundo respiro.
Algo desde el cemento cinco pisos hacia abajo le hablaba.
Desde lo más oculto de su cuerpo nació, creció y explotó un quebrado
HIJOOOOOS DE PUUUUUTAAAA!!!!!!!!!!
perdido entre los sonidos de la calle de aquel día laboral. Entre sus marionetas Parkinsonianas, moviéndose ajenas a todo lo que ocurriera alrededor.
{{Hoy mismo, si. La reputa que los parió. ¿Por qué me tiene que pasar a mí?. La puta que los parió. Ojalá tengan hermana y que le hagan lo mismo. O a ellos. Presos, si. Con algún negro grandote. Cecilia, si Cecilia, por favor vení ayudame. Me muero. Hoy mismo empiezo. Cambio las llaves. Lo primero cambio las llaves. No, mejor me mudo. Sí con Cecilia. Me voy ahora. No, como estoy no puedo. La llamo, si, la llamo. El teléfono, ¿dónde está el teléfono? Si, acá lo tengo. Hoy mismo empiezo. Cuál era el número. ¿Por qué a mí, por qué ? Que tengo para que me pasen estas cosas .Si: memoria uno. Memoria uno. Hoy mismo empiezo, si hoy mismo. ¿Para qué? Ya pasó. Lo que nunca debería y ya pasó. ¿Qué voy a hacer? ¿Cecilia...?.¿Hola...?
Un sabor a whisky y chocolate subió por su garganta.
OPin
Buenos Aires 2010
© Copyright 2010
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Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9
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