Hipocresía del opuesto

Me pregunto cómo habrá sido convivir en la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o la China de Mao. Incluso puedo ver en la guerra Croata-Bosnia o las revoluciones como la española, que la convivencia entre hermanos es un tema que se puede volver candente cuando el diálogo resulta imposible debido a diferencias insalvables.

Por eso los cartelitos que se publican en Internet haciendo referencia a que no se deben perder amistades por cuestiones relacionadas con la política, me resultan sumamente hipócritas y esa es una característica con la cual no comulgo ni comulgaré.
Todas las fuentes coinciden en que el régimen de Hitler fue abrumadoramente popular entre el pueblo alemán durante el período 1933-39. Los fracasos de la República de Weimar habían desacreditado a la democracia a los ojos de la mayoría de los alemanes. El aparente éxito de Hitler para restaurar el pleno empleo después de los estragos de la Gran Depresión, y sus éxitos sin derramamiento de sangre en la política exterior, tales como la reocupación de la Renania en 1936 y la anexión de Austria en 1938, lo llevó a la aclamación casi universal. Pero eso no quiere decir que todos fueran adeptos ni que dentro de una misma familia no existieran cruces que se hacían casi insostenibles, a tal punto de terminar frecuentemente en la delación y posterior prisión o muerte, de aquellos amigos o parientes que no eran afines al Nazismo.
Es que tener un pensamiento político tan opuesto al aceptado como contrato social no es una cuestión que pueda negociarse. Cuando tu hermano, tu primo o tu amigo tienen una posición política radicalmente opuesta a la tuya fuera del orden legal establecido, esas diferencias resultan definitivamente insalvables , debido principalmente a que no se comparten valores fundamentales que una de las partes ya daba por sentados.
Por más afecto que se le tenga a la otra persona, esa violación de los códigos de valores comunes hace que uno pueda llegar a enfrentamientos graves y en el caso de una guerra civil, a la destrucción del oponente aunque haya un lazo de sangre.


Cuando uno observa a grupos que defienden políticas garantistas que han permitido que los delincuentes dominen las calles, o hacen la vista gorda al latrocinio y corrupción de sus líderes políticos defendiéndolos hasta el fanatismo, no puede menos que suponer que esos son los valores que los mueven y por lo tanto los convierten en nuestros enemigos. No en adversarios u oponentes circunstanciales porque dentro de la democracia uno puede disentir, dicutir y tratar al otro como adversario en la medida que ambos grupos políticos accedan a ciertas normas básicas, pero cuando el otro usa los valores democráticos que a uno lo limitan, para introducirse en el sistema e infectarlo con teorías opuestas y destructivas, deja de ser un oponente honesto para convertirse en un enemigo.
Los argentinos fuimos demasiados educados y pacientes los 12 años de latrocinio kirchnerista, e incluso podríamos extendernos a todos los períodos donde el peronismo gobernó. Pero como incluso cuando no son gobierno se convierten en la antítesis de la democracia intentando por todo los medios de subvertir el orden democrático, se hace difícil considerarlos oponentes o adversarios con quienes dialogar.
Disculpen que no sea tan buen hipócrita como aquellos que hablan de la grieta como si no la hubieran fogoneado. Yo no tengo ganas de mantener amistad o guardar simpatías con ningún kirchnerista o radical k. Mantendré mi distancia y trataré de no entrar en conflicto, pero la manera de pensar habla de la calidad de la persona, y uno intenta congeniar y vincularse con los de su misma especie.

Taluego.

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