Un saco de huesos



A las seis de la maƱana la anciana se sentaba en su destartalado banquito esperando a que saliera el sol invernal para calentarle los huesos. Tejƭa con un poco de lana azul retorcida y cansada de anudarse vanamente una y otra vez. Por la tarde destejerƭa el trabajo realizado para que el material no faltara a la madrugada siguiente, cuando debiera esperar nuevamente la salida del cƔlido sol.
A pocos pasos de ella el intendente habĆ­a decidido asfaltar la avenida frente al matadero, desde el viejo puente sobre el Riachuelo hasta el viaducto donde el tren alcanza la Ćŗnica estaciĆ³n existente. La antigua calzada de adoquines asentados en arena era un pequeƱo muestrario geolĆ³gico de los estratos de la isla MartĆ­n GarcĆ­a, cortados en perfectos cubos de veinticinco por veinticinco centĆ­metros a punta de pico por los presidiarios con mĆ”s pecados polĆ­ticos que delitos penales. Los patrones de arcos repetidos y entrecruzados que formaban ese piso habĆ­an sido parte de un arte difĆ­cil de aprender y eran contados con los dedos de una mano aquellos especialistas que lograban realizarlo dominando el acabado diseƱo y obteniendo simultĆ”neamente una superficie plana apta para el trĆ”nsito de caballos y carretas. Artesanos no reconocidos que estaban extinguiĆ©ndose con la llegada del cemento asfĆ”ltico desapareciendo toda una tradiciĆ³n que no legarĆ­a ni monumentos ni restos de su trabajo. 
Nadie habĆ­a esperado que bajo los mismos cubos grises y pesados se ocultara un osario interminable que obraba como contrapiso y cimiento de pura cal orgĆ”nica. Mauro se dio cuenta que no siempre los frigorĆ­ficos habĆ­an utilizado la res completa y que la centenaria factorĆ­a local era la culpable de que esas cornudas calaveras se encontraran compactadas unas contra otras a lo largo de un kilĆ³metro de Camino Real.
Eran Ć©pocas de desentierros en las que mientras Mauro se levantaba de la cama a las 4, se vestĆ­a en la helada vivienda suburbana y salĆ­a a esperar el colectivo en la desolada esquina escarchada, las topadoras sacaban a la luz un desfile de rumiantes cuencas vacĆ­as y desencajadas que lo esperaban del otro lado del recorrido. Una hora de viaje y la escuela industrial asomarĆ­a en medio de la niebla de la maƱana, allĆ­ junto a la cancha del club de los amores de su madre, donde un tacho de petrĆ³leo albergaba la fogata que lo mantendrĆ­a aislado del frĆ­o hasta que el maestro llegara a abrir el taller de hojalaterĆ­a. El paquete de Colorados con filtro se agotarĆ­a en convites y brasas albergadas entre las manos en otro intento vano de combatir el gĆ©lido aire matinal que ningĆŗn pullover tejido por  mamĆ”,  la abuela o alguna tĆ­a, vencerĆ­a con Ć©xito.
DĆ­a tras dĆ­a la anciana lo miraba pasar luchando con su tablero y regla "T" batidos por el viento que parecĆ­an llevarlo sin control como una vela a una fragata. Era el momento en que el tejido comenzaba nuevamente al asomar el alba, sin desayunos ni comidas hasta entrada la maƱana, cuando en el bar de la esquina Don Elisario se asomara con un par de facturas de ayer y una taza de leche humeando de calentita. Ella parecĆ­a ignorarlo entre la gente, pero Mauro sentĆ­a una conexiĆ³n que no habĆ­a podido definir y que tal vez solo fuera su curiosidad al ver a la anciana sola, abandonada de la mano de Dios habitando el hall de entrada de una vieja zapaterĆ­a desierta con vidrieras a ambos lados y un conveniente espacio bajo ellas como para que la anciana pudiera almacenar algunas prendas, un colchĆ³n y su osamenta en las heladas noches de invierno.
De pronto Mauro notĆ³ que en su cabeza sonaba ´CanciĆ³n para mi muerte´ cada vez que veĆ­a a la abuela, los crĆ”neos, el cementerio de su zona, o pasaba por la casa de sepelio junto a la centenaria iglesia. Incluso la vieja escuela donde asistĆ­a habĆ­a sido donada por un famoso arqueĆ³logo y antropĆ³logo  cuyo padre le habĆ­a solventado los estudios mediante el producido de una fĆ”brica de soda. Una soderĆ­a que se habrĆ­a de convertir en escuela industrial y que seguĆ­a usando sus salones de pisos de tablas de pinotea , patios con baldosas de diseƱos Ć”rabes y un aljibe que apenas habĆ­a dejado de funcionar cuando a Mauro le habĆ­an tomado su examen de ingreso.
Y es que en el momento en que las topadoras dejaron por el piso la centenaria casa para construir la nueva escuela, sus cimientos entregaron miles de restos fĆ³siles de sifones, botellas de ginebra que habrĆ­an sido un lujo en su Ć©poca y un esqueleto completo que nunca supieron bien de quiĆ©n era. Los alumnos eligieron contar la historia de un negro esclavo que habĆ­a sido emparedado por el sodero con la simple justificaciĆ³n de una venganza por haber ultrajado la inocencia de su hija. Poco importaba a la purretada la rigurosidad histĆ³rica de que el propietario hubiera tenido Ćŗnicamente hijos varones.
Y Charly y Nito le cantaban en la oreja.
En el lado B de ese acetato que era su vida habĆ­a otro paĆ­s donde el Ejercito Revolucionario del Pueblo, Montoneros y la Alianza Anticomunista Argentina  hacĆ­an sonar sus bombas, secuestros y asesinatos mientras el pueblo intentaba seguir estudiando y trabajando en un remedo de vida normal. Mauro habĆ­a visto un poco de todo ello sin darse cuenta mientras escuchaba a los grandes suplicando que alguien pusiera un poco de orden en un paĆ­s asediado por la guerrilla.
El mundo a su alrededor olƭa a muerte y Mauro no sabƭa bien por quƩ.
Esa maƱana de Julio habĆ­a sido la mĆ”s frĆ­a de la dĆ©cada. La escarcha crujĆ­a bajo sus pies mientras esperaba el viejo Bedford de la lĆ­nea 386 que lo llevarĆ­a por el camino mĆ”s largo con la contraprestaciĆ³n de ir sentado todo el recorrido.
BajĆ³ cerca del matadero donde las cuencas vacĆ­as aĆŗn lo miraban con descaro, revisĆ³ sus provisiĆ³n de cigarrillos para encarar la frĆ­a maƱana y se dejĆ³ llevar por la vela que era su tablero navegando por la desolada avenida que no terminaba de despertar.
La anciana no estaba tejiendo. En su lugar se observaba a cuatro civiles y un sobrealimentado policĆ­a que parecĆ­a mirar como mudo testigo sin tomar intervenciĆ³n. Cuando Mauro arriĆ³ las velas para atracar en puerto seguro su nave, pudo ver que bajo la abandonada vidriera vacĆ­a de zapatos estaba ella, acurrucada como un ovillo de su lana azul atravesada por las agujas de hielo de aquella maƱana.
Era su primer muerto y Charly no dejaba de cantarle en la oreja que eran Ć©pocas donde uno no debĆ­a temerle a la muerte y habĆ­a que invitarla a la cama. Nunca habĆ­a imaginado que serĆ­a ese tipo de cama, tan solitaria, frĆ­a e inhospitalaria.
Uno de los hombres tomo con un poco de asco un tobillo de ese montĆ³n de huesos que ahora era la anciana y tirĆ³ para retirarla de ese escondrijo que habĆ­a sido su lecho de muerte. Mauro quedĆ³ sorprendido por la rigidez de ese cuerpo marchito que parecĆ­a mĆ”s un maniquĆ­ de yeso que una persona capaz de tejer una maƱanita cada maƱana. Vio la cara desdentada de la muerte y quedĆ³ petrificado con la revelaciĆ³n de la nada, del objeto sin alma en que se convertĆ­a finalmente un cuerpo vacĆ­o.
Un saco de cuero viejo lleno de huesos.
SintiĆ³ una mano sobre su hombro que lo sobresaltĆ³ sin miedo.

-PalmĆ³ la vieja pibe- le dijo el policĆ­a a modo de aclaraciĆ³n innecesaria. -Dale, andĆ” para el cole, que acĆ” no hay nada para ver...-

Y Mauro se dio cuenta que el policĆ­a estaba errado. Que entre tanta muerte injusta que lo rodeaba cada dĆ­a, en esta oportunidad y por primera vez en su vida, se la habĆ­an presentado personalmente.


O.Pin
Enero 2017.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnologĆ­a de Blogger.

Pages