Eran épocas bravas en argentina. Muchas resultaron las familias que no podían cuidar de nuevos hijos, o madres solteras que se veían en encrucijadas difíciles de superar. Épocas en donde se abandonaban hasta dos niños por semana, la mayoría de ellos de familia negra, india o mestiza, y con graves fallas de alimentación. Fue una necesidad permanente la existencia de una institución que cuidara de los pequeños que terminaban abandonados en la calle como perros, condenados a la muerte por el frío o la desnutrición. La Casa de Expósitos, institución que venía funcionando desde el 14 de julio de 1779, cuando el Virrey Juan José de Vértiz la fundara, pero que Rosas en su afán de ocultamiento y ahorro había cerrado en 1838, abrió nuevamente sus puertas en 1852, localizándose en un edificio ubicado en Alsina y Perú, luego Moreno y Balcarce, hasta que pronto al faltar espacio, se obligaría la mudanza al predio donde hoy se encuentra el Hospital General de Niños Pedro de Elisalde ex Casa Cuna (ex Casa de Expósitos) y anexos en varios lugares de la ciudad.
Aún así, las condiciones de higiene y la pobre economía reinante, hacían que a fines del siglo XIX y principios del XX sólo el 40% de los niños expósitos internados sobreviviera.
Tres de cada cuatro eran enviados a domicilios particulares, donde pagaban su alimentación realizando tareas de limpieza o cualquier otra que sus tutores requirieran.
A la edad de nueve años, el niño ya no podía permanecer en la institución y debía conseguir trabajo y forma de mantenerse. Recordemos que aún no existían los Derechos de la Niñez, ni ningún otro derecho que involucrara a los desposeídos.
El 20 de Marzo de 1890 fue dejado a las puertas de la institución un niño que se suponía había nacido una semana antes. Mostraba signos de haber sido cuidado con cariño y esmero. Su primer nombre fue en razón de ser bautizado el día de San Benito Abad, el 21 de marzo. Su nombre completó el Benito, con un Juan y un apellido por azar: Martín. Algunos historiadores indican que fue abandonado con una nota que decía que su nombre era Benito Juan Martín y por razones obvias evitaba el apellido. Quiso la practicidad, entonces que su tercer nombre tomara ese lugar vacío.
Como sea, siete años vivió con los expósitos y se acercaba la fecha de abandonar la institución.
El 16 de noviembre de 1897 es adoptado por la pareja formada por Manuel Chinchella (Genovés de Nervi), un exitoso carbonero de la zona de La Boca, que tenía su negocio en Irala entre Olavarría y Lamadrid, y quién gracias a lo indispensable que resultaba el uso del carbón, gozaba de un muy buen pasar; y Justina Molina (Entrerriana de Gualeguaychú con ascendencia india), la nueva madre que lo cuidaría desde ese momento en aquella efervescente, agitada y cosmopolita Boca del Riachuelo.
Su nombre Benito Juan Martín perdió de repente el Juan y adoptó el apellido de su padre adoptivo en su lugar, así pasó a llamarse Benito Chinchella Martín y el finalmente conocido y alterado nombre Benito Quinquela Martín
Sólo cursó dos grados de primaria durante tres años en la Escuela Berutti, dirigida por el dramaturgo José Berutti, ubicada en la calle Australia (hoy Quinquela Martín) 1081, donde aprendió a leer, dibujar, sumar y restar, para luego dedicarse a vender carbón en el barrio y hacer dibujos con ese material fuente de toda mancha.
A los quince su padre lo llevó a trabajar al puerto, en la descarga de carbón donde dada su figura tan poco apropiada para la tarea fue apodado "El Mosquito".
A los diecisiete años se anotó para estudiar dibujo y pintura en el Conservatorio Pezzini Sttiatessi con el maestro Alfredo Lázzari.
Completó su educación básica en forma autodidacta asistiendo a la biblioteca del Sindicato de Caldereros.
A los veinte años expone por primera vez en la Sociedad Ligure de Mutuo Socorro. En 1912 se le diagnostica tuberculosis y va a recuperarse a Córdoba de donde regresa curado y con la firme convicción de que, tal como decía Rodín, debía reflejar únicamente la vida y su ambiente, pintando su aldea: La Boca del Riachuelo.
Su vida es un claro ejemplo de superación personal. Un hombre grande desde las pequeñas cosas. Un ser humano invencible, que supo trascender todas las barreras y llegar con su arte a movilizar los sentimientos de propios y extraños. Un hombre y un artista que conmovió a un barrio, un país y una era.
Fundador de escuelas, museos y hospitales, el artista, el expósito, el autodidacta, llamado Chinchella el hijo del carbonero, tiene un lugar permanente en el corazón de todos los argentinos.
Taluego
Muy bueno.
ResponderEliminarQue bueno. Una historia que termina bien.
ResponderEliminarMe hacen falta.
Lo habràn enterrado en el ataùd que se pintò?
Otra pregunta: te mandè la respuesta por mail sobre como "reactualizar", te llegò? porque no sè si ese mail era el tuyo, al final.
Saludos
Don Mostro: Me alegra que le haya gustado. Trataré de mejorar un poco más.
ResponderEliminarDon Gaucho: Usted sabe que todo siempre mejora. Si la pasamos mal es para poder apreciar los momentos buenos. No me afloje, ya sabe que todo se arregla.
Sí, a Quinquela lo enterraron en el ataúd que pintó con los mismos alegres colores que le imprimió a todas sus obras. Usted siempre bien informado.
Le cuento que no me llegó nada del tema reactualizar, pero si se fija, bien arriba de los tubos de neón que puse aquí, hay un Correo privado que me enlaza a mi email. Si me llega le contesto con la dirección privada y la seguimos de la misma forma.
Un abrazo a ambos dos.
Muy bueno!
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